jueves, 29 de enero de 2015

La calle de los contrastes.

Mis más modestas y molestas palabras de hoy tienen su origen en una acción tan rutinaria como salir a correr. En realidad, las siguientes líneas tienen que ver poco con el running, pues lo que incentivó este texto fue el comportamiento de cierto grupito. Comencemos.

Joaquina Eguaras es la calle por la que salgo a correr. Casi tres kilómetros de largo hacen que mucha gente decida practicar o entrenar en dicha calle. No obstante, no todo es salud y bienestar en este lugar. Los que vivimos en Granada sabemos que Joaquina Eguaras es el límite con lo verdaderamente jodido de esta bella ciudad: el polígono. Y es en el tramo final de esta bonita calle-frontera donde se dejan caer los protagonistas de estas líneas.

A menudo, estos individuos coinciden con mi entrenamiento. No tengo nada en contra de ellos, ni mucho menos. Yo a mi carrerita y ellos en sus bancos fumando y Dios sabe que más. Pero es imposible no mirarlos. Y como cada vez que vemos algo opuesto a nosotros, opuesto a nuestra forma de ser o pensar, no podemos evitar comparar. Y esta idea me mantuvo distraido mientras iba sumando metros. Mi escasa capacidad de razonamiento no comprendía la diversión en el simple hecho de estar sentado en un banco y fumar (por desgracia, no era simple tabaco). Es obvio que no podré ofrecer una sola palabra amable hacia estas personas, ya que disentimos en forma de vestir, gustos musicales, aficiones... pero no por ello voy a dedicarles palabras groseras, pues respeto lo que hace cada uno con su vida, siempre y cuando ellos no se entrometan en la de los demás. Y es aquí donde detuve mis zancadas para observar perplejo la siguiente escena: cinco de estos aficionados a pasar horas sentados en un banco estaban dirigiéndose a una pareja mayor, ancianos ya, de una forma un tanto burlesca. Se había formado un corro alrededor, ya que el hombre se detuvo a recriminar la actitud a los chavales, los cuales al ver la hilera de personas observando decidieron marcharse (eso sí, sin mediar disculpa ante los ancianos).

La cosa no quedo ahí, a los dos días volví a salir a correr. Esta vez no había nadie observando. Sin embargo, yo aminoré el ritmo al pasar por el banco donde tuvo lugar la escenita antes citada. Los vi allí sentados, fumando y comiendo pipas, y no pude más que sentir lástima. Después recordé lo que mi Laura me dice siempre, y barajé la posibilidad de que todos y cada uno de los chavales fuesen buenas personas, buenos estudiantes y, en definitiva, "buena gente". Pero las formas... el olor a cierta hierba... el suelo lleno de envoltorios... joder, es que es muy difícil no tener una imagen preconcebida de esta gente. Aún con todo eso, yo me esforcé y me esfuerzo en no encasillar a las personas hasta que las conozca.

En fin, todo esto no es más que una de las muchas anécdotas que suceden cuando uno sale a hacer un poco de deporte. Cada uno puede salir a la calle a hacer lo que le venga en gana, este o no dentro de lo legal. Pero recordad como queréis vivir la historia: o bien como un mero espectador que pasaba por allí, o como uno de los chavales del banco.

Yo os recomiendo ser un transeúnte más y, si puedes sacarle chicha a lo que ves, colgarlo en tu blog para rellenar un poco.

Atentamente, un transeunte aburrido.


P.D.: Los del banco eran más canis que su puta madre. Ala, ya lo he dicho.


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